16/7/09

Tres tristes tigres

Con Abigail nos conocemos desde los ocho años, y la conozco tanto que escribir sobre ella me resulta complicado. Cuando digo que es especial se que no me equivoco, porque ser especial no es ser mejor ni peor, es tener una luz particular. Es una soñadora, una artista, una ingenua. Puede desarmarse en lagrimas en una clase de teatro, puede desvelarse escribiendo, puede creer que jamás nadie va a hacer el mal intencionalmente, puede soñar más despierta que dormida. Nos entendemos bastante. A Magalí la conozco desde los tres años, y no se exactamente cómo, pero desde ese momento nos volvimos amigas. Ella es racional, inteligente, viva y frontal. Tiene una chispita que a veces puede saturar: analiza a todo el mundo, cada actitud y desición del resto pudo haber sido apropósito y cuando el mundo parece conspirar contra todos nosotros busca cómo sobrevivir. Es sensible también, pero sabe muy bien cómo ocultarlo. Y aunque son pocos los principios que tenemos en común compartimos los códigos de amistad y demasiados momentos importantes, y en tantos años una mirada fugaz alcanza y sobra para entendernos. Las presento a ellas, porque son mis copilotos más fieles, que me vienen acompañando en este viaje sin destino incondicionalmente, con sus defectos y sus virtudes. Y porque de aca en más las entradas sobre ellas van a desbordar.

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