Ese miercoles amanecí tempranísimo para asistir a la última clase de computación. Agradecí mucho que el 6.75 de promedio se convierta en un geométrico y hermoso 7. A la salida fui a lo de María e intentamos estudiar matemática. Digo intentamos porque la alteración por nuestra fiesta de egresados (que era esa misma noche) era demasiada; y mientras Crammer y Gauss nos miraban de reojo nosotras subíamos el volumen de Los dueños del pabellón y agitamos las porras rojas y azules, a modo de práctica.
Después de dar la integradora con media cabeza puesta en la noche volví a casa a ultimar los detalles del difraz. Después intente dormir siestita, pero no pude.
El entusiasmo era enorme. Más del que imaginaba que iba a tener, casi comparable con el de Bariloche.
A eso de las ocho nos juntamos en lo de Mar a arreglarnos las siete juntas a las apuradas. Nos lokeamos como porristas yankis: miniremerita blanca con detalles en azul y rojo, dejando las panzas al aire, pollerita tableada azul, medias futboleras blancas, zapatillas rojas y pelo recogido con cinta azul. Gibre por la cara y el cuerpo, fotos y al auto del papá de Maria rumbo a la previa.
La noche estaba en pañales.
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A Lola se le dibujó una sonrisa mientras leia.
ResponderEliminarLola amar Mora.